Variedades de uvas criollas

Ochos son las variedades de uva que existen en Perú y son utilizadas para elaborar pisco.

1. Quebranta

En aroma de pisco: Manzana, plátano, melocotón, pasas negras, heno y lima.
Procedencia: Ica y Cañete
Descripción: El Dr. Juan Cacho Palomar, catedrático de la Universidad de Zaragoza (España), menciona que la quebranta es el cruce del listán pietro (Negra criolla) y negramoll (mollar). Es un cruce del siglo XVII. Asimismo, Moquillaza señala que «la quebranta solo existe en el perú».

Quebranta

2. Mollar (o negramoll)

En aroma de pisco: Melocotón, plátano, manzana, lima, miel y hierba fresca
Procedencia: Ica

Mollar

3. Negra criolla (conocida también Listán pietro)

En aroma de pisco: Melocotón, manzana, tostado, hierba fresca y lima
Procedencia: Moquegua, Arequipa y Tacna

Negra criolla

4. Albilla

En aromas de pisco: Manzana, melocotón, lima, especias y flores.
Procedencia: Ica y otras.

Albilla

5. Moscatel

En aromas de pisco: melocotón, lima, mandarina, rosas, manzana, miel y vainilla

Moscatel

6. Torontel

En aromas de pisco: lima, mandarina, azahar, jazmín, melocotón y miel.
Procedencia: Ica

Torontel

7. Italia

En aromas de pisco: lima, hierba luisa, jazmín, miel, pasas rubias y frutas tropicales
Procedencia: Moquegua, Tacna

Italia

8. Uvina

En aromas de pisco: herbáceos, y frutas como el níspero
Procedencia: Cañete

Uvina

El vino en el imperio del Pisco (II)

vino

El presente del vino peruano

 

Una nueva historia comienza para el vino, en el 2000. Momento en que la gastronomía despega y es lo que parece animar a la industria. A partir de ese año, «se nota un avance y un resurgimiento de la industria vinícola; las bodegas antiguas que produjeron por muchos años vinos dulces, empezaron a producir vino seco, empezaron a dotarse de tecnología, contratar asesores externos», comenta Cuenca, sumiller y difusor de pisco y vino.

Sin embargo, la corriente actual de las bodegas más importantes del país y de hecho, las que dominan casi todo el negocio, es seguir el patrón de plantar viñedos franceses como los países de Chile, Argentina, incluso España, los cuales, hoy son grandes referencias mundiales. Pese a que podría sonar bastante contradictorio al discurso gastronómico que predica el país, de revalorizar los productos de la tierra y del que propio Gastón Acurio, el padre de la cocina peruana hace gala. En la actualidad, «el vino prieto murió y se sustituyó por otros de reminiscencias europeas, no hubo más vino de uvas criollas, salvo para la producción del pisco y mistela», dice Moquillaza, propulsor del pisco y vino de uvas criollas.

Según Pedro Cuenca tendría una explicación, y es que la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) reconoce en su legislación a la especie ‘vitis vinífera’ apta para producir vino seco de calidad, entonces Perú no tiene más opciones. Además entre todas las especies de uvas en el mundo, la más usada es la francesa y quizá sea por su resistencia a cualquier clima, añade Cuenca.

Los vinos que podemos encontrar en Perú son de las variedades de uva como la cabernet sauvignon, tannat, petit verdot, malbec y muy poco merlot. En variedades blancas, chardonney, sauvignon, chennon blanc, chateau de buxeuil. Y una de ellas, Vista Alegre cultiva la uva tempranillo española y que Cuenca, recomienda.

¿Dónde está el vino?

 

Los peruanos de a pie tenemos muchas opciones de bebidas para tomar. Antes que un vino, para acompañar almuerzo o cena preferimos un pisco o una cerveza, y los refrescos gaseosos como la Inca Kola, los naturales como la chicha morada o el maracuyá, o incluso infusiones de cualquier tipo como un agua de cebada y hierbas, aunque esto último suele ser la bebida incluida en los menús del día. Casi ni rastro de vino en una mesa cualquiera.

Sólo con echar un vistazo a las estadísticas de consumo per cápita el promedio en el 2016 es de 1.4 litros por persona al año, es decir 2 botellas, o lo que es lo mismo, unas 12 a 14 copas por peruano. El consumo es muy bajo. El sumiller Cuenca Espinoza nos explica que Perú es un país dividido en costa, sierra y selva, tres grandes franjas geográficas muy diferentes en todos los aspectos. La mayoría de la población que consume vino se concentra en la costa, principalmente en Lima y Arequipa. El poco vino que se consume en las principales ciudades de la sierra lo toman básicamente los turistas extranjeros. Además, pocos son los restaurantes limeños que tienen una carta con vinos peruanos, en su mayoría la oferta recae en vinos chilenos, argentinos, españoles o franceses. En los restaurantes populares, el vino escasamente aparece y tan poco caso se les hace que en algún sitio los he visto literalmente cogiendo polvo. El alto coste del vino en carta, superior al de la mayoría de los platos, me lleva a suponer que sea un buen motivo por el que en estos últimos restaurantes no se escoja, sumado al hecho de que no se ofrezcan por copas, sino únicamente por botellas.

Una nueva clase media limeña

 

Antes se vivía con mucho menos, quizá en la época de nuestros padres un viaje o una cena en un restaurante era poco habitual, a comparación de nuestra generación que ya puede darse estos caprichos. La nueva clase media de la capital surge entre el 2003 y el 2008 conformada por los hijos de los migrantes de otras provincias que residen en la capital y que con sus estudios profesionales se han colocado en puestos de trabajo bien remunerados. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), Lima tiene cerca de 10 millones de habitantes como revela las encuestas del 2015. Cuenca refiere que Lima es compleja y polarizada, ya que 3 millones son limeños, y los otros 7 millones son descendientes de provincianos, que llegaron huyendo del terrorismo y de la pobreza; esas personas han crecido consumiendo chicha, cerveza y gaseosa.

Sin embargo, «lo que pasa con estos jóvenes es que se terminan moviendo en un nuevo círculo social en donde se bebe vino, y se ven ante la situación de que no encajan por falta de conocimiento. Por ello, se muestran interesados por aprender y beber vino.

Pero lo que ocurre es que los grandes empresarios del sector no ven como un posible nuevo mercado y hay pocas oportunidades para que éstos jóvenes aprendan. «Las actividades de los importadores o de los supermercados se concentran en los distritos típicos de Lima, San Isidro, San Borja y deja a la población de los conos de la capital -la nueva clase media-, es decir hay una torta por la cual todos se pelean por su porción y cada vez que aparece una nueva marca busca coger algo de la misma torta y no se mira alrededor», explica el sumiller.

Chicha morada

¿Por qué no tenemos cultura del vino?

 

Esto podría tener respuesta en la historia de la migración de nuestro país, porque llegó a ser mucha pero luego quedó muy poca. En los años de 1840 y 1880, Perú fue el primer exportador mundial de guano, los países demandantes pagaban lo que sea por la materia prima que movía al mundo. El país respiraba estabilidad política y tranquilidad económica, que era traducida en una prosperidad atractiva para muchos inmigrantes. Sin embargo, la sobreexplotación del guano, el descubrimiento de sustancias artificiales en Alemania usado como abono y la posterior Guerra con Chile, le llevaron a la decadencia de producción a fines del XIX y con ello, la corriente migratoria enseguida empezó a disminuir en un alto porcentaje, sirva el ejemplo de la capital, Lima, donde en esa época de bonanza habitaba una proporción del 50% de extranjeros, pero con el declive, apenas se quedó en un 7%. No existen registros con el número exacto de extranjeros que ingresaron o salieron del país, entre 1821 y 1970, pero todo apunta a que ciertamente su número aumentó en la primera mitad de siglo y disminuyó en la segunda por las razones ya mencionadas.

Más o menos en la misma época, los vecinos países del continente estaban interesados en incrementar la población con inmigrantes europeos, puesto que les significaba más habitantes y a más habitantes mejor explotación de los recursos, más producción, en definitiva, más progreso y riqueza. Argentina fue el mayor receptor de inmigrantes comparativamente con otros países de América, poseía buenas políticas migratorias que alentaban a emigrar al extranjero (1861 – 1920) indica Pablo Lacoste en El vino del Inmigrante. Es así que en 1907, Argentina tenía nada menos que 1 millón de extranjeros frente a un total de 4 millones de habitantes. En el caso, de los chilenos, en el mismo año, existía 135 mil foráneos de una población total de 3 200 000 habitantes, ellos lograron una importante flujo de migración, especialmente de pobladores alemanes en la región de Los Lagos, aunque mucho menor que Argentina.

Esta ola de migración hacia América coincidió con el ataque de la filoxera en Europa, lo que produjo que muchos viticultores europeos emigraran al Nuevo Mundo buscando buenas tierras para el desarrollo de la vid. “En el caso de Chile, familias adineradas emigraron desde Europa en el siglo XIX e invirtieron en las que ahora son viñas importantes en el país del sur, como Concha y Toro, Valdivieso, Undurraga, entre otras. Justamente cuando la tendencia gastronómica en Europa era beber vino. En Argentina, la migración italiana llevó una fuerte influencia en la cultura del vino. Por contra, en Perú, el consumo del vino que originalmente la hubo por los españoles desde la época colonial pero retrocedió”, señala Cuenca.

La leyenda: «El vino peruano es malo»

 

Es un tópico popular que se repite mucho. El sumiller Pedro Cuenca indica que el consumidor es difícil porque tiene más fe en los vinos extranjeros que en su propio vino. “Los sumilleres de mi generación venimos tratando de mostrar que es equivocado. La industria de vino en el Perú ha mejorado bastante aunque todavía faltan ciertas medidas”, agrega.

Paladar peruano

 

Nos gusta el vino dulce, somos golosos tanto que parece que cuando nos dan a probar un tinto semiseco ponemos mala cara. Por eso, en algunas catas me suelen advertir con premura “¡Cuidado! Es semiseco, no te va a gustar, eso les gusta a los extranjeros”.

En cuestión de vinos nacionales preferimos los blancos, mientras que para los tintos elegimos los importados, sugiere Cuenca.

La materia prima es costosa

 

«Hacer vino en el Perú es caro», señala Cuenca. La uva es 10 veces más cara que en Chile. «Es por eso que muchas bodegas escogen comprar vino argentino, vino chileno o mosto chileno o mosto argentino y aquí completar la producción, pero eso le quita autenticidad a nuestros vinos aunque es compresible en cierta forma. Si el precio de la uva no te permite ser competitivo, tiene que ver la manera de cómo ser competitivo, pero esto ni el peruano ni el extranjero no lo va a comprender, quienes estamos en este rubro sabemos de ello y quizá lo podríamos comprender; es difícil vender bajo esas circunstancias».

La razón podría ser por la disgregación de los productores vinícolas, hay una falta de organización gremial de todos los productores, y tampoco se cuenta con un registro oficial del número de grandes y pequeños productores de todo el país, cada uno va por su cuenta «por eso que la uva es cara, porque los insumos que se compran son carísimos, se venden de forma individual a la bodega; si se vendiera en bloque habría un bloque de negociación, hay mucho trabajo que hacer», afirma Cuenca.

«Deberían juntarse los productos, tener una asociación que trabaje en la imagen del Perú y aproveche la buena imagen de la gastronomía, y que promueva que en los restaurantes al menos haya un vino peruano», comenta Cuenca.

El vino y la gastronomía

 

Los peruanos somos un poco como bichos raros ante tanto turista que está acostumbrado a estos caldos sin fronteras. En su experiencia como sumiller, a Cuenca le suele ocurrir que «cuando viene un extranjero y lo llevo a un restaurante de comida tradicional, se encuentra con una carta con el 98% de vinos internacionales. El turista quiere tomar vino peruano, no quiere tomar vino español o argentino. Los restaurantes fallan, se puede buscar bodegas de otras partes del Perú con vinos interesantes». Y añade,»a la gastronomía peruana le falta el compañero perfecto, que es el vino. El pisco no se puede maridar con comida. Para un ceviche tenemos muy buenos vinos blancos, para un lomo saltado tenemos bueno vinos tintos, falta liderazgo, falta el Gobierno, la gastronomía no sólo es comida, también es bebida».

Enólogos

 

“En su mayoría, los enólogos de las bodegas importantes del país son franceses o italianos”, señala Moquillaza.
Son pocos los enólogos peruanos y muchos menos los que se han formado en el extranjero. «Tenemos en el norte de Tacna al sumiller Juan Carlos Miró, un chico joven que se ha formado en Francia y que ante la escasez de trabajo allí, una empresa productora de fruta en Tacna, lo contrató para hacer vino; lo bueno sería que el Gobierno Regional de Tacna lo contrate para asesorar a los todos productores y les ayude a mejorar el vino que ya se produce», indica Cuenca.
Otras problemática es que «los enólogos peruanos se han formado con vino chileno y argentino«, comenta MoquillazaY en el caso de enólogos internacionales, cuando catan el vino de uvas criollas, son aromas y sabores que no tienen registrados en el paladar.

Pequeñas bodegas

 

Las pequeñas bodegas están haciendo lo opuesto de lo que están haciendo las grandes bodegas, y es hacer vino seco con uva negra criolla y con quebranta, variedades que sólo se desarrollan en el Perú. A lo largo de las zonas productoras se pueden ver estas iniciativas, pero la falta de recursos económicos no les permite crecer. Según Cuenca, el problema va mucho más allá y es «la falta de participación de diferentes actores, no sólo es el productor, es el Gobierno que debería apoyarlos, capacitarlos, para que ellos puedan mejorar el vino, ese apoyo todavía no lo hay».

Asimismo, el vino que se produce en las diferentes provincias se queda en las mismas y no sale al país. Es difícil ver un vino en Tacna en algún supermercado o tienda en Lima, explica.

Ica es el mayor productor de pisco y vino de Perú

Continúa

El vino en el imperio del Pisco (I)

Pequeño productor de pisco y vino, en Cañete

Entre fines del siglo XVI y principios del XVII, el Perú era la principal potencia de la industria del vino de todo el continente americano, muy alejado de la realidad que vive hoy. Pero, ¿qué ocurrió para que ahora popularmente se prefiera un pisco sour o una gaseosa Inca Kola, antes que una copa de vino? Como si de una cueva oscura, inexplorada, se tratara, mitos y fantasmas rodean hoy al vino en el Perú, y vamos a arrojar luz sobre ello para ilustrar estos acontecimientos. ¿Por qué hasta el menos entendido ha escuchado la extendida afirmación que dice «el vino peruano es malo»? Y por último, ¿qué pasó para que países vecinos como Chile y Argentina lograran posicionar sus vinos a nivel mundial antes que Perú? ¿Es que acaso no tenemos industria vitivinícola?

La historia del vino en el Perú está marcada por una serie de tragedias. La industria iba bien hasta que empezó el recelo de los fabricantes de vino españoles por los grandes volúmenes de producción que se exportaba del virreinato, lo que obligó a que el Rey Felipe II decretara su prohibición en el territorio y con ello, se marcó un antes y un después en la vida de vino.

El “después”, además, llega acompañado con una serie de desastres naturales que destruyeron plantaciones enteras, seguidos de ataques del parásito filoxera, que pocas plantas de la vid resistieron. Los acontecimientos posteriores que se tejen alrededor del vino siguen siendo fatalistas, como la Guerra con Chile, la fiebre del oro blanco y la estocada final fue otra controvertida decisión política, la reforma agraria ejecutada por el Presidente Juan Velasco Alvarado, que consistió en la expropiación de latifundios a terratenientes para distribuirlos entre campesinos, sin formación adecuada para su administración.

La adversidad le ha significado a Perú un siglo de retraso a comparación de Chile, que en las últimas décadas del siglo XX potenció su afamada industria y hoy, en el mercado americano ocupa el puesto del máximo exportador. En Argentina el panorama es similar, el vino es la bebida nacional y es el mayor productor de vino de Latinoamérica.

Desde el año 2000, la industria de vino peruano se reanima probablemente empujado por el boom gastronómico y abre un nuevo capítulo. Actualmente, se puede ver en los supermercados limeños una oferta de vinos de la región que antes no se veía, aunque es pequeña, ahora toman lugares en el estante que siempre estuvieron resguardados de vinos internacionales.

Pero todavía falta mucho más. Es una industria joven con muchos retos, que le serían más fáciles superar si no fuera por la diseminación del sector que carece de una organización gremial que agrupe a todos los productores de vino peruano. En cuanto a la producción en sí, incluso se da el caso de que algunas bodegas recurren a comprar mostos extranjeros debido al alto costo de la uva.

Asimismo, Queirolo, Viña Vieja, Ocucaje, Vista Alegre, Tabernero y Tacama, las seis grandes y más importantes bodegas del país han optado por cultivar variedades de uva francesas, lo mismo que hacen los vecinos Chile y Argentina, sin embargo contradicen al discurso gastronómico nacional que es la revalorización de los productos locales. En lo concerniente a nuestros enólogos, éstos son apenas un puñado de pioneros que han tenido que crecer profesionalmente con vinos internacionales y compitiendo con colegas extranjeros, así que lo nacional es aún poco explorado.

Paralelamente a este escenario, hay un reducto de pequeños productores de Lima y el sur del Perú, que fabrican un vino diferente, de uvas criollas y con sus propios recursos económicos, sin ayudas gubernamentales, productores que, instituciones y la sociedad en general, deberíamos apoyar. José Moquillaza, difusor y productor de vino y pisco, es un buen representante de este grupo, con apoyo técnico e investigación propia logró tremenda notoriedad con sus vinos de uvas pisqueras que forman parte de la carta de uno de los mejores restaurantes del mundo, El Celler de Can Roca, según las lista The World’s 50 Best Restaurants y que también entra a las bodegas de los mejores restaurantes de la capital.

En el mundo de la hostelería, la mayoría de restaurantes locales de cierto nivel trabaja con proveedores de vino extranjero mientras que en los restaurantes más populares apenas hay carta de vino, y si lo tuvieran, el único formato disponible para el cliente es la botella entera, que muchas veces se le ve cogiendo polvo en los anaqueles. Tampoco parece haber mucho interés de los restaurantes peruanos en el extranjero de ofertar vino nacional.

Todo esto se añade a la creencia popular de los propios peruanos, que “el vino nacional es muy malo”, además que estadísticamente se consume una muy baja cantidad de vino por habitante en el Perú. Es un panorama que todavía necesita madurar.

 

Las primeras uvas que llegaron al Perú

 

La vid llegó a América con los conquistadores. El vino de Castilla, así llamaban a los caldos españoles, realizaba una larga travesía marítima, partiendo desde Sevilla hacia Portobello (Panamá), cruzaba el istmo por tierra y seguía en barco hasta llegar al Puerto del Callao, de donde sería repartido en Lima y hacia todo el virreinato. Un viaje tan sumamente largo que muchos de los vinos no soportaban, hecho que sumado al alto precio por los impuestos del transporte, hizo plantear el traer la vid a las Indias y producir el vino directamente en sitio. Los conquistadores fueron probando varios territorios hasta que la costa central peruana fue la escogida y fue la primera zona en producir vino en toda América. Es así que a fines del siglo XVI fue el mayor productor de la época, con unos 30 millones de litros.

En las crónicas del jesuita Bernabé Cobo comenta que la primera uva que se sembró daba un vino de color rojo claro llamado «aloque». Según la Real Academia de la Lengua, en el mundo del vino, el aloque es un «tinto claro o de la mixtura del tinto y blanco». Otras uvas que enumeró son «mollares, albillas, moscateles, blancas y negras».

Pero, ¿por qué se consumía tanto vino en el Virreinato del Perú? José Moquillaza, productor de vino con uva pisquera y difusor del vino y pisco en el Perú, explica que «el concepto del vino hace 400 años era muy diferente al de hoy en día, entonces no era un vino gastronómico sino un vino funcional; el más delicado era para las ceremonias religiosas y para la corte virreinal, pero la gran producción se centraba en un vino con fuertes toques acéticos llamado vino prieto, que era usado como bactericida mezclándolo con agua para potabilizarla». En aquella época, beber vino significaba salud y una mejor calidad de vida.

Ruta del vino de Castilla, siglo XVI

El cronista Joseph de Acosta se refería así a tierras de la vid peruanas: “en una cosa empero le hace gran ventaja el Perú, que es el vino porque en el Perú, se da mucho y bueno, y cada día va creciendo la labor de viñas que se dan en valles muy calientes, donde hay regadío en acequias”.

E incluso sin regadíos, en estas zonas desérticas donde apenas llueve, crecen las parras. «Si no se ve, no se puede creer», decía Fray Reginaldo de Lizárraga, que se refería a las zonas productoras de Lima, Ica, Arequipa, Moquegua, Tacna, todavía muy importantes en la actualidad. Otros cronistas de la época describen sorprendidos sobre este fenómeno, ya que «el suelo es esponjoso entonces siempre está húmedo y los arenales como el de Ica, están frescos todo el año».

Viñedo actual en Cañete, Lima

Arequipa también fue otro centro importante de producción vinícola. «Hay gran cantidad de vino porque las viñas se crían bien en su comarca, y es un vino que se puede conservar el tiempo que se quiera», cuenta el cronista López de Velasco. El rol principal de esta provincia era cubrir muy bien la demanda de las minas de plata de Potosí, en Bolivia, principal motor económico de la época y una de las localidades más pobladas en aquel entonces. La demanda incluso llegó a sobrepasar la oferta que Arequipa podía abastecer, así que se sembró vid en Tarija, Bolivia.

Foto: scielo.cl

Los vinos de la tierra se distribuían por todo el Virreinato del Perú, lo que hoy actualmente es Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile y Argentina, después a Panamá, incluso algunos llegan a cruzar el océano hacia España. Parecería que el auge de los vinos de la tierra como se le llamaba a los vinos peruanos había llegado a su máximo esplendor. Entonces es cuando los productores españoles debido a la crisis vinícola por sobreproducción y falta de demanda, empiezan a presionar al Rey Felipe II para que el vino de la tierra se dejará de comercializar y hasta de producir en las Indias, según indica la Real Cédula de 1595. De la necesidad se hace virtud, y ante la prohibición real del vino, nace en 1614 la actual bebida nacional, el pisco.

En 1600 fue un mal año para la viticultura del sur del Perú. Los cronistas Guamán Poma de Ayala y Pérez de Torres señalan que Arequipa tuvo constantes terremotos. El mayor impacto fue la erupción del volcán Huainaputina que afectó los viñedos por completo, dejando la ciudad cubierta de cenizas por treinta días, y quedando la tierra infértil por muchos años. Pedro Cuenca, sumiller de los supermercados Wong y Metro y difusor del vino en el Perú, señala que muchos productores del vino tuvieron que reconvertir cultivos que les diera más rentabilidad, como el algodón, en conocida época de la fiebre del oro blanco.

A raíz de todas estas dificultades, la industria local dejó de fabricar gran cantidad vino, sólo las parras que habían sobrevivido producían uvas de mesa, y otra menor cantidad era destinada a vino para las ceremonias religiosas.
En el año 1821, se proclamó la Independencia del Perú, el país era libre de dominio español y sus obligaciones comerciales con la metrópoli, y los españoles migrantes que radicaban en las ciudades se marchan y abandonaron las viñas de las que eran responsables.
Los hechos fatalistas continuaron en contra de la producción vitivinícola con la Guerra del Pacífico con Chile en 1879 y 1883. Los chilenos atacan por sur, desde Arica, Tacna, Moquegua, Ica hasta llegar a Lima, justo en las zonas productoras del vino y queman muchas de las haciendas.

Después de la guerra, el panorama del vino fue desolador, la industria se encontraba muy golpeada con viñedos destruidos y abandonados. Señala Cuenca que «mermó la gran potencia de producción de vinos de la tierra, sumado a esto grandes producciones de algodón que la terminaron por desplazar, y la aparición del parásito filoxera, que ataca a las raíces de la vid». Por ello, en la actualidad, sólo han sobrevivido 6 bodegas con parras de más de 200 años, comenta Moquillaza.

Finalmente, la mala suerte de la industria vitivinícola continúa. En 1969, se declara la Ley de la Reforma Agraria firmada por el Presidente Juan Velasco Alvarado, que consiste en una nueva forma de distribución de la propiedad de la tierra, y es así que expropia las haciendas de viñedos de las últimas familias inmigrantes que se quedaron en el país para repartirlos entre los trabajadores, y estos campesinos a su vez, las reconvierten en otros cultivos más rentables. «Arrancan la vid de raíz o le revenden las propiedades a los antiguos dueños», señala Cuenca, y agrega que «entre el 70 y 80 el Perú retrocedió notablemente y se quedó con unas pocas bodegas».

Continua…